ALMATY
CIUDAD Y COMERCIO
Aunque sus orígenes son antiguos y su posición estratégica ha hecho de ella una de las principales etapas a lo largo de la Ruta de la Seda, la fundación de la ciudad propiamente dicha remonta solamente al siglo XIX. Fue sobre todo gracias a los Rusos, que conquistaron la región a lo largo de ese siglo, que Almaty adquirió su actual importancia como grande centro urbano y económico de la región. Hoy en día la arquitectura y la población de Almaty, que se extiende en las laderas de las montañas en el extremo sureste del país, son todavía testigos de este legado histórico. Tras la disolución de la Unión Soviética y la declaración de independencia de Kazajistán a finales de 1991, Almaty, ya capital de la República Socialista de Kazajistán bajo el control ruso, siguió como capital del país durante siete años más, hasta que en el 1998 el gobierno prefirió crear un nuevo centro de poder en el medio del país. No obstante, la ciudad ha mantenido su primado económico y sigue siendo no solamente el principal núcleo financiero del país, sino también un centro económico cada vez más importante en la región de Asia Central. Es en esta dirección que Almaty está desarrollandose, con el objetivo de llegar a ser un centro urbano moderno, internacional y de calidad, con una organización urbanística atenta al ciudadano, transportes modernos, servicios y universidades. Aquí es donde tienen sede las mayores compañías y oficinas financieras del país, que a su vez se está imponiendo como una nueva potencia regional gracias a la exportación de petróleo, gas y minerales. Meruert Makhmutova, directora del Public Policy Research Center para los estudios económicos, y Alessandro Colla, profesor de política en la Abay University de Almaty, abordan en esta entrevista el tema del crecimiento económico de Kazajistán y las consecuencias que eso está teniendo en la ciudad de Almaty.
La primera vez que entré en Kazajistán fue del puerto de Aktau, en el Mar Caspio, después de un largo viaje por barco desde Baku, en la otra orilla del mar. La guardia fronteriza nos hizo esperar horas encerrados en el barco flotando en el bochorno del puerto antes de decidirse a terminar su comida y venir a abrir la frontera. Luego se pusieron a revisar nuestros pasaportes con el método y la expresión de quien no entiende porque toda esa gente (éramos unos 50 pasajeros) tiene que ir a molestarles con esos tramites, si no es porque en realidad vienen con malas intenciones, igual como espías de algún estado enemigo. Cuando salimos por fin de la aduana ya era tarde por la noche y mucha gente se disponía a esperar la mañana durmiendo en la acera o el césped a la entrada del puerto, ya que a esa hora no quedaban autobuses para ir al centro. Después de un rato, junto con otra gente encontré un taxi y conseguimos más tarde encontrar un hostal en la primera planta de uno de los grandes edificios soviéticos de la ciudad. La primera impresión que tanto esa noche como al día siguiente me dieron los kazakos fue de gente dura, en la que el recuerdo vivo de unas raíces nómadas se mezclaba con el carácter frío y severo de los colonos rusos.
Esta sensación volvió a presentarse cuando llegué a Almaty. Mi amigo Piero me había alcanzado unos días antes en Samarcanda y volvimos a entrar en Kazajistán juntos. Yo me había pasado más o menos un mes en el calor del Mar Caspio, del desierto y de las polvorientas ciudades uzbekas, así que cuando bajé del autobús nocturno que nos llevó a Almaty, el aire fresco que bajaba de las montañas al lado de la ciudad me pareció todo un lujo. Almaty se encuentra en las laderas norte de la cadena montañosa del TianShan, que separa las praderas kazakas de los desiertos occidentales de China y las montañas de Kirguistán. Sus calles con rectas y perpendiculares entre si, flanqueadas de arboles, y los edificios de estilo soviético del centro dejan espacio también a otros de gusto más occidental y varios palacios modernos que están cambiando por sus dimensiones el perfil de la ciudad. Los jardines y algunas terrazas nos dejaron pensar que nuestra estancia allí habría sido agradable, pero luego nos chocamos de nuevo con el carácter de la gente. Probablemente es también que no tuvimos suerte, o igual nuestras barbas de mochileros nos daban un aire poco recomendable, pero todo el mundo nos pareció agresivo y nos hizo echar mucho de menos la hospitalidad de los uzbekos. Tuvimos que dejar dos hostales porque intentaron estafarnos de varias formas, las dos veces que fuimos a comprar billetes en la estación de trenes y de autobuses, tanto los empleados como los que estaban en la cola no nos ayudaron en nada, sino mas bien el contrario, y un día incluso un hombre llegó a echarnos en malo modo de un parque porque nos habíamos puesto a jugar a cartas en un banco. Huimos de la ciudad cinco días más tarde, con una sensación a medio camino entre lo surreal y lo desesperado, directos hacia Kirguistán. Pero me digo que lo más probable es simplemente que tuvimos mucha mala suerte con los kazakos, y de hecho conocimos allí en Almaty un profesor italiano que enseña política en una universidad del centro. Su visión de la ciudad es muy distinta a la nuestra y le he pedido de contarme su experiencia en una breve entrevista.