BAKU
CIUDAD Y PETRÓLEO
Antigua ciudad cuyos orígenes remontan al siglo I, Baku fue elegida como capital del reino Shirvan durante el siglo XII, transformándose así en uno de los mayores centros urbanos de la región del Cáucaso y atrayendo las miras expansionistas tanto del Impero Persa como del Impero Ruso. Tras varios cambios de mano, fue este último el que consiguió finalmente tomarla en 1813. Unos años más tarde, en 1849, se realizaba en sus alrededores el primer pozo petrolífero moderno y empezaba así la producción industrial del petróleo, que se exportaba de allí al resto del Imperio Ruso primero, de la Unión Soviética después y de toda Europa y Oriente Medio hoy en día. Fue en esa época cuando Baku se convirtió en uno de los mayores centros petroleros a nivel mundial, atrayendo científicos, industriales y arquitectos de varios países, como los hermanos Nobel por ejemplo. Los tres boom petrolíferos que ha vivido en los últimos tres siglos, han ido cambiando tanto su aspecto como su tejido social y sus perspectivas históricas y políticas. Neft Daşları, a pocos quilómetros de la costa de Baku, ha sido en 1947 la primera plataforma de extracción petrolera marina que se haya realizado en el mundo. Con el pasar de los años se ha convertido en una auténtica ciudad en el medio del mar, hasta llegar a tener más de 5000 habitantes y 200km de carreteras realizadas sobre pilares en el medio del Mar Caspio. El arquitecto Pirouz Khanlou aborda en esta entrevista las diferentes fases de esta historia hasta llegar a la Baku contemporánea, su desarrollo actual y los problemas que se encuentra a tener que abordar en cuanto ciudad que sigue creciendo con ritmo incesante.
Muchas de las personas que me veían esperar un barco que de Baku saliera hacia Kazajistán, e incluso una vez los de la compañía del barco, me preguntaban porque no cambiara de idea y tomara un avión. Efectivamente era mucho más lógico: la diferencia de precio no era muy grande, los aviones salían casi cada día, cómodos, rápidos… pero no, el viaje era por tierra y ya que pasar de Irán y Turkmenistán se hacía muy complicado, mi camino habría pasado por las aguas del Caspio. Cada día me levantaba, intentaba llamar a la compañía de ferris y como que casi nunca cogían el teléfono, acababa con irme hasta el puerto a preguntar si por sea caso el barco iba a salir ese día. A veces no había nadie en el puerto, a veces me decían que no sabían, pero que antes de uno o dos días después era improbable, pero que de todas formas tenía que reservar, porque igual luego no habría sitio. ¿Pero reservar dónde? Había pasado ya casi una semana con esta rutina, así que cuando una mañana me dijeron que sí, que estaba a punto de salir, y que sí que quedaban algunas plazas, me pareció increíble! De prisa fui a buscar mi mochila y me acerqué al muelle, donde empezaba a formarse una pequeña cola. Eran las doce aproximadamente, el barco tenía que salir un una hora u hora y media. Pero al cabo de tres horas todavía estábamos allí esperando. Ya que nada se movía fui a comer y comprar algunas cosas para el viaje, y cuando a las e de la tarde vi que llegaban unos coches bonitos para embarcar, entendí que en realidad los del barco sabían que iban a salir más tarde, pero se habían molestado en avisar solo los que pudieran pagar el servicio de comunicación directa…
A las seis empezaron a revisarnos los pasaportes y una hora más tarde estaba por fin a bordo. El barco era gigante. Tan grande que las aproximadamente cincuenta personas que viajábamos en ello casi no nos vimos durante todo la travesía. Estábamos parados en el puerto, abajo cargaban de todo, coches, camiones y trenes. No fue hasta que ya había anochecido que dejamos las amarras y empezamos a alejarnos de Baku. Ese iba a ser un largo viaje, parecía de estar en un buque desierto, abandonado en el medio del mar, que se movía solo sin rumbo en ese bochorno en que no se veía nada más que mar y blanco. Los pasillos estaban vacíos y malolientes, los viejos salones con sus cortinas de vieja tela roja y los sofás gastados tenían sus puertas cerradas, en la cocina un marinero servía platos de unas albóndigas que he comido intentando no imaginar de qué eran. Hacia las cinco de la tarde del día siguiente, cuando teníamos que haber llegado ya desde hacía mucho a Aktau mientras que en cambio seguía sin verse nada no sabía que pensar. Estaba en cubierta, arriba del todo, y miraba hacia la porra del barco y el mar. Luego vi algo que me dejó todo mucho más claro: se escuchaban risas y gritos y de la sala de control vi salir dos hombres a medio vestir y dos mujeres con menos ropa aún, corrían unos detrás de las otras, cantaban y bailaban teniendo en mano dos botellas de champan. Me pareció divertido ver por fin unos seres vivos en el barco, el problema era que de aquellos dos hombres borrachos que bailaban allí en frente mío y cuya única preocupación parecía ser el decidir entre si tocar a las mujeres o beber más champan, uno de ellos digo tenía en la cabeza el sombrero del capitán…